Estas ahí parada, estas ahí pero no me ves. Del otro lado, al otro extremo te miras sin mirarme, te escuchas sin oírme, te sonríes de cualquier cosa que se pasa por tu cabeza y yo acá te espío. Te grito, te imploro, te exploro. Ni una señal de que existas, ninguna señal de que estés viva. Sorda, apagada te vas yendo, desvestida y alborotada te despedís de mi. Entonces estamos en frente una a la otra y nos gritamos, nos comemos, nos derribamos. Poco a poco se pierde el dolor y todo se va desvaneciendo. De pronto no se por que nos miramos pero no nos podemos ver, vos sos yo y yo soy tu silueta que te recorre y se vuelve a separar y a pelear, pero nos damos cuenta al fin que no, que no podemos huir, estamos juntas en esta cosa de mirarnos por nosotros mismos.
Va el barco hacia el adiós, y vuelve el mar a los Bienvenidos. El inicio finaliza y el final comienza... cosa rara esta paradoja del hilo conductor que desune uniendo.
Detener la palabra un segundo antes del labio, un segundo antes de la voracidad compartida, un segundo antes del corazón del otro, para que haya por lo menos un pájaro que puede prescindir de todo nido.
El destino es de aire. Las brújulas señalan uno solo de sus hilos, pero la ausencia necesita otros para que las cosas sean su destino de aire.
La palabra es el único pájaro que puede ser igual a su ausencia.
Siempre miramos a través de esos espejos rotos. Mas bien, esquivemos ese modo de vernos, modos de amarnos. Mejor así, de a poco. Como si doliera, como si nos escondiéramos de algún gigante. De a poco, de a ratos.