viernes, 21 de noviembre de 2008

Los ojos

Una vez conocí un árbol que tenia ojos. Si, un árbol que veía, que dormía cuando se le cerraban y que gustaba mirar amores rotos, amores líquidos y amores que terminan con un final en donde desde el roce de las bocas salen chispas de sol y humos de colores. El árbol de la vuelta de casa, el de los ojos grandes, de corteza canela, que se tornaba como de un dorado intenso cuando caía el sol, ese mismo, me miraba cuando iba a la escuela, cuando volvía, hasta cuando jugaba a las escondidas me invitaba a refugiarme en sus ramas y a la noche me llamaba para cubrirme con su espesura y mostrarme la vista lunar mas hermosa desde el alto de los cielos.
Sufrí un amorío con el, sobre todo con sus ojos, era increíble como destellaban caminos y frutos, encuentros y escondites. Nuestro amor era de lo mas raro, de esos que no se ven a diario, pero poco importaba para nuestra vida de color radiante, jugábamos a quien contaba mas historias durante la noche de plazoleta ,quien se acercaba mas a las estrellas, a quien acariciaba mas el viento. Vivimos tardes, y primaveras, veranos...durante el otoño era cuando sus ojos mas me atrapaban, sus hojas no colgaban pero esas nebulosas de roble me hallaban en cada pena, en cada diluvio.
Fue el día que mas ame, el día que ambos ojos se posaron en mi como gaviotas sobre la cobija del mar, allí la transformación fue tan enorme, que sus ojos y los míos eran ambos del mismo color, del mismo grosor y hasta de la misma suavidad. Ese día le robé los ojos al árbol, y ahora soy yo la que a veces espera al viento, a los amantes, o a la niña que entra y sale de la escuela, y que dos por tres mira a los árboles como si escondieran gestos humanos.
Entonces puedo decir que una vez conocí un árbol que poseía la más hermosa visión de la vida y de las cosas.

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