martes, 23 de diciembre de 2008

Meditaciones

El hombre rencoroso termina por destruirse a si mismo.
Pensando, reviviendo, vuelve a torturarse. Camina por delante de si, no vive, su ego evoluciona y no hay entrega alguna, más que la estrafalaria estupidez de pensar que hay que atarse a lo que uno ama.
El hombre sin compromiso es al que mejor le va. No sigue al río, sino que camina con el. Libre de todo recuerdo, vive el hoy. Fluye y no se niega a la inmensidad. Se entra con el universo porque no espera nada.
El hombre pecador esta inmerso a un engaño constante. Esta ligado a un egoísmo inmenso entre un Dios superior y su infinita existencia de no saber por que peca.
El hombre creador es aquel que llega a su plenitud. Crea cualquier cosa, modifica, enseña. Es un maestro. Su esencia esta en hacer a otros plenos de si, sujetos desde adentro sin decir nada hasta que se llegue a ese viaje, sin planear, sin desear.
El hombre que desea, jamás puede viajar hacia su centro, esta en la espera de algo, conectado con su cabeza. Intensifica su soberbia y su ambición.
El hombre consiente, logra el entendimiento. Puede cuidar de los demás, sabe de donde viene, esta enraizado con el universo, con la tierra.
El hombre inconsciente de nada puede hacer. Coloniza y ataca. Compite por un beneficio. Tiene la cabeza demasiada atada a su cuerpo y solo crea un limite entre el y lo exterior.
La pena, el llanto, fluir, pecar elementos que matan o nacen a los hombres siempre para transformar, para trasmigrar.
Los hombres son algo extraordinario concluye ella mientras relee sus apuntes sobre el Zen.

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