miércoles, 17 de diciembre de 2008

Vuelos


Por sus labios tan crueles que me hacen temblar, por sus cuenteríos cortos que solía oír saliendo de su boca, contando azares y supuestos graciosos. Por la gracia que me provocaba levantarme cada mañana y ver un cuerpo junto al mío, ambos fallecidos de noches revoloteadas, revolucionadas, requebrantadas.
Por el canto y por el encanto. Y más al costado, las sábanas vuelan por entre nuestras piernas viajando a fugaz sin dejar rastro de nada, un efímero momento, algo simultáneo que nos pasó y no queremos volver a recordar.
Despacito se oyen los silbidos del día, despacito sale el sol y los diarios. Pero nosotros no estamos en la cama agazapante. No se huele a crimen hoy.
No hay huellas ni rastros.
Entran ellos como si nada, se sirven unos mates y hablan cosas cotidianas. El día allá parece como todos los otros días. Mientras nosotros de dolor, de placer, ensangrentados de la inmensidad, nos preguntamos si fuimos algo ignorado, olvidado.
Así de a pedazos, en silencio, vamos juntando los restos de lo que nos queda, tus labios, mi corazón, tu lengua y la mía.
Entonces nos reímos y nos damos cuenta que ya nos somos cuerpo. Despacito como si nada, como si nadie hubiera dado cuenta de tal horroroso crimen, nos devoramos lo poco que nos queda y en ese instante invitamos a un rocambolesco orgasmo humano, y es exquisito, ese amor, ese crimen sin culpa.

No hay comentarios: